COLUMNA DE OPINIÓN
Por Sebastián E. Schmitt G.*
Hace tan solo tres días que fue despedido el cuerpo del ex dictador chileno Augusto Pinochet Ugarte, dentro de un clima enrarecido en nuestro país. Mientras se realizaba la misa fúnebre en el patio “El Patagual” de la Escuela Militar, rodeada de militares, adherentes, Ministras de Estados, grandes empresarios y lideres políticos de derecha; en el centro de Santiago y del barrio cívico de nuestra capital –la plaza de la Constitución-, se recordaba a la figura del Ex Presidente Allende, muerto durante el Golpe de Estado del 11 de Septiembre de 1973, liderado por el propio Pinochet.
Esta imagen dual para quienes mirábamos la televisión a esas horas, produce una serie de contradicciones. Quienes hemos crecido en democracia y que vivimos dentro de las figuras idealizadas de estas dos personas, que marcaron el quehacer político de los últimos 40 años de Chile, quienes además poseemos la distancia a los hechos y circunstancias que llevaron a Chile a una situación de tensión y dolarización extrema –en medio de la guerra fría-, sorprende las muestra de profundo odio que se profesan dos sectores tan marcados de la sociedad chilena, sociedad que pensábamos –ingenuamente-, había sepultado los rencores y odios.
En primer lugar, sorprende como en nuestro país, que se señala avanza al desarrollo a imagen de países europeos, se mantiene y perpetúa el tipo de sociedades de elite latifundistas. Dentro de los que despedían en gran pompa a Pinochet, se encontraban los más grandes empresarios de nuestro pueblo, representantes del 80% de las riquezas de Chile, dueños de las tierras de cultivo, las viñas, los supermercados, grandes tiendas y las empresas manufactureras y de extracción. Sorprende además, como esos empresarios se saludaban efusivamente con los grandes líderes de la derecha política, gestores y creadores del sistema neoliberal de mercado, del cual usufructúan los primeros. Pero esta imagen no seria tan extraña si ellos no estarían rodeados de todo el Alto Mando del Ejercito, oficiales y suboficiales, hombres y mujeres representantes de las mas variadas clases sociales chilenas que cierran filas en torno a estas figuras económicas y políticas. Pero esto no es todo. La imagen se completa con una fila interminable de altos representantes de la Iglesia Católica chilena, prelados todos vestidos de elegantes ropajes ceremoniales para rendir los honores “merecidos” a un comandante en jefe del Ejercito de Chile. Recordemos que fue el propio Cardenal y Arzobispo de Santiago, Francisco Javier Errazuriz, máximo representante de la Iglesia Chilena, el que otrora visitara en su lecho de muerte al ex dictador.
Todo ello contrastaba, a pantalla dividida en televisión, con las imágenes que se transmitían en directo desde nuestra Plaza de la Constitución. En dicho lugar, y frente al monumento al ex Presidente Allende, a solo pasos de la puerta de Morande 80 –del palacio de gobierno, por la cual saliera el 11 de septiembre de 1973 el cuerpo de Allende y que fuera bombardeado por los aviones de la Fuerza Aérea Nacional la misma mañana-, un variopinto grupo de civiles, representantes de sectores de ultra izquierda y victimas de la represión de la dictadura de Pinochet, celebraba la muerte del ex dictador con gritos de euforia y algarabía, y exaltaban la figura del ex gobernante. Ellos, por supuesto, sin la pompa que se vivía en el sector alto de la capital, donde tampoco los acompañaban miembros y representantes de la Iglesia Católica y no los resguardaban un grupo de altos oficiales, sino un grupo de Carabineros antimotines que resguardaban el orden público. La fiesta termino con el carro lanza aguas dispersando a “los manifestantes”.
Así se daba este 12 de diciembre de 2006, a 33 años de la caída de la democracia y 16 años de la caída de la dictadura, ambas partes –izquierdas y derechas extremas-, revivían lo que dentro de nuestra sociedad dejo un profundo calado. La división interna, los profundos odios expresados mediante sus declaraciones a la prensa durante estos días por los lideres de estos ambos sectores políticos, y las miles de opiniones a favor y en contra de la figura de estos dos lideres de opinión de los últimos 40 años de la política nacional, no hacen mas que reflejar que lejos de vivir en un ambiente de calma, tolerancia y respeto, entre los chilenos reina un ambiente de división e intolerancia inaceptable si intentamos consolidar una nación que ambiciona convertirse en líder de Latinoamérica y el mundo. Además, si todos los sectores políticos coincidían, hace tres años atrás cuando recordábamos los treinta años del Golpe de Estado, de que el gran aprendizaje de nuestra historia reciente era el “NUNCA MAS”, que había que evitar que los chilenos volviéramos a climas de violencia, odios y división tales que familias completas se separaran, que un grupo armado, que representaba los intereses de la Nación toda atentara contra civiles indefensos, que se vulneraran por uno y otro lado los Derechos Humanos, civiles y políticos de determinados grupos de nuestra sociedad; hoy, los discursos de odio que escuchamos por parte de un Capitán de Ejercito y nieto del ex dictador, por parte de Generales en servicio activo opinando de política contingente, criticando a poderes del Estado por hacer su trabajo –al Poder Judicial, por perseguir los crímenes de la dictadura-, las opiniones vertidas por lideres sociales que representan a ambos bandos extremos, no hacen que llegar a la siguiente conclusión: bienvenida división.
Largo trabajo que nos espera a las nuevas y futuras generaciones de lideres políticos y sociales por reconstruir la unidad de nuestra pequeña nación, en medio de discusiones para mejorar la probidad de nuestras instituciones publicas, reformar un sistema de educación que excluye a muchos de nuestros conciudadanos y perpetua las distancias entre ricos y pobres, reformar el sistema de pensiones que tiene a nuestros adultos mayores en la completa indefensión y a un alto porcentaje de trabajadores excluidos del sistema, reformas al sistema de elección y muchos otros temas que colman la agenda publica, y que necesitan imperiosamente del acuerdo entre las diferentes posturas políticas y sociales, se suma hoy la preocupación de lograr el entendimiento, perdón y reconciliación entre los chilenos.
A estas preocupaciones, se suma también la de producir la reconciliación final entre el poder político y militar, y de estos últimos con las bases de nuestro pueblo. Un ejército que hasta el año 1973 colmaba de honores su historia, y que era parte del orgullo nacional, hoy se ha convertido en el protector del poder económico y de la derecha extrema, arrebatándoselo al pueblo y a la idiosincrasia de los chilenos. Por otro lado, aclarar la contradicción que le produce a miles y miles de chilenos católicos las actuaciones de nuestra Iglesia, la cual, de defensora de los Derechos Humanos en tiempos del “Cardenal” Silva Henríquez –por medio de la Vicaria de la Solidaridad, único órgano que en dictadura acogió las denuncia de tortura y desaparición de un sector de la población- y de critica a la dictadura; a la Iglesia del cardenal Errazuriz que visita al ex dictador en su lecho de muerte y lo despide con honores, junto a los representantes del poder económico del país. Esta Iglesia, pienso, ha abandonado el lugar que le corresponde en la sociedad chilena, donde las diferencias entre ricos y pobres, donde las divisiones por causa de los sucesos de nuestra historia reciente, le exigen ponerse en un plano de imparcialidad y de mucho cuidado respecto a sus actuaciones públicas.
Para terminar, una ultima reflexión o más bien, una aclaración. Pinochet fue un dictador, su figura coincide con la definición que hace la RAE sobre la palabra, bajo su régimen desaparecieron mas de 3.000 compatriotas y otros 25.000 fueron torturados y exiliados, enfrenta mas de 300 querellas por delitos de lesa humanidad, fue desaforado en 14 ocasiones, y fue investigado por fraude al Fisco y evasión tributaria por una cifra cercana a los 5.700 millones de pesos. Por otro lado, el ex Presidente Allende, es el principal responsable político del clima de inestabilidad y dolarización que enfrento Chile el la década del 70´ y que termino con el Golpe de Estado, violo la propiedad privada y no respeto la Constitución Política dentro de su mandato. Ni el uno ni el otro son figuras a seguir por las futuras generaciones y la política actual debiera de encaminarse a la formación de una Nación moderna, responsable y justa y que mire a cada uno de sus ciudadanos como iguales y objetivo final de su preocupación y su actuar en la vida pública.